Yo pasaba los veranos de mi infancia en la “finca el pinar de los faisanes”, en el límite de Zamora y Salamanca, la que mi padre, Don Edmundo Huertas, compro, cuido y mimo con tanto amor. Todavía lo veo sentado en su hamaca reclinable de rayas naranjas, beis y amarillas, debajo de la encina ya talada en al lado de la gran mesa donde comíamos al aire libre. Desde allí daba órdenes a los obreros y llamaba a mi madre cuando algo no le gustaba…. ISIIIII, ISIIIII, pero él no se movía el muy señorito, para eso estaba la juventud y energía sin límite de mi querida madre que dejaba presta lo que estaba haciendo para ir corriendo porque la llamaba “el señor “, ¡!!Corra corra que la llama el señor!!!, decía nuestra fiel Chon.
Lo que entonces me podía parecer aburrido y me daba rabia porque me separaban todo el verano de mis queridas amigas del cole de las siervas, hoy lo recuerdo con nostalgia… todo esto que les voy a relatar con palabras de Juan Martín Aparicio, yo lo viví y lo sentí, y todos esos aperos fueron mis juguetes del verano, todas esas faenas mi aprendizaje diario, y todas esas gentes mi poca experiencia de campo.
Para mis hermanas Loli y Yolanda, todavía niñas en edad de jugar y soñar, para mi hermano Mundo ya adolescente rebelde y para mí la mayor alegría era cuando m mami para que nos entretuviéramos nos traía en aquel pequeño Renault blanco a todos los niños y niñas unos montados encima de otros cuantos más mejor, del pueblo el cubo del vino y entonces aquello se convertía en una fiesta, para ellos también porque era cambiar su rutina del pueblo y del campo y para nosotros hablar y jugar a “cosas de niños” entre tanta paja y tanto grano. Las merendolas de la finca fueron muy mentadas en el pueblo y si ya los convencíamos para que nos dejaran quedar a la verbena y baile del pueblo en las fiestas por lo menos agosto se hacía menos largo.
Recuerdos de Veranos en la finca.
Chus Huertas.
Guía turístico.